III / VI / MMXX
ÁRABE
NATURALES
Vamos a reciclar y a reutilizar, siguiendo la regla de las tres erres . Aquí tienes 20 maneras de reutilizar botellas de plástico y latas. Recuerda que si no tienes silicona puedes utilizar pegamento.
Cuando termines no hace falta que grabes el proceso de fabricación, basta con que te grabes con tu artilugio funcionando. Si haces varios, los puedes meter en el mismo vídeo.
MATEMÁTICAS
Bueno, primero un poco de entretenimiento.
Círculo y circunferencia, una ficha interactiva de raquel2525
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FOMENTO DE LA LECTURA
El Jarrón del fondo del lago
Adaptación de un cuento armenio
Érase una vez un rey muy celoso de su poder. Dirigía
la vida de sus súbditos hasta el más ínfimo detalle y les exigía una obediencia
ciega. Sin embargo, no era feliz: «Me obedecen porque soy joven y fuerte, se
decía. Pero, cuando sea un débil anciano, ya no me temerán y se rebelarán
contra mí». Así que, con la intención de parecer siempre joven, se hizo teñir
los cabellos, darse masajes en el rostro y en el cuerpo con pomadas y compró a
todos los charlatanes que iban de paso, sus elixires de eterna
juventud. Pero, aún así, no podía detener el inexorable paso del tiempo.
Un día, se dio cuenta que sus sirvientes más allegados
tenían arrugas en la cara y los cabellos ya blancos. Esto le hizo reflexionar:
«Nacieron en la misma época que yo y crecimos juntos, ¿de qué me sirve
aparentar ser joven, si pueden leer en su propio rostro la edad que tengo
realmente?».
Entonces, ordenó que cortaran la cabeza a todos esos
viejos sirvientes e hizo pregonar un edicto en todo el reino:
—«Su Majestad sólo quiere súbditos jóvenes y valientes
como él. Todos aquellos cuyos cabellos hayan encanecido tienen tres días para
abandonar el reino. Transcurrido este plazo, se cortará la cabeza a los
ancianos que aún permanezcan en él. Pero, puesto que su Majestad es tan
generoso como poderoso, ofrece a los hijos la posibilidad de redimir a sus
padres: aquél que rescate el jarrón de oro, que cayó en el fondo del lago,
salvará la vida de sus ancianos padres. Si fracasa morirán ambos».
Al oír el edicto, algunos hijos dispusieron que sus
padres huyeran al extranjero, otros los ocultaron y otros se presentaron en el
palacio para intentar rescatar el jarrón de oro. Pero ninguno de los que, día
tras día, se zambulleron en el lago consiguió rescatar el jarrón. Así, decenas
de jóvenes sucumbieron bajo el hacha del verdugo.
La multitud podía asistir a las pruebas, para que
nadie pudiera decir que se hacía trampa. Un joven se acercó a la orilla del
lago y se puso a observar el agua cristalina: el jarrón brillaba, asentado en
la arena del fondo. Daba la impresión que bastaba con extender la mano y
cogerlo. Sin embargo, todos los que se habían zambullido, habían regresado con
las manos vacías y, en consecuencia, fueron decapitados.
El muchacho volvió muy pensativo a su casa, puso
la comida en una bolsa y tomó el camino de la montaña. Allí, en el
interior de una cueva, escondía a su anciano padre para protegerlo de la
crueldad del rey. Mientras el anciano comía, su hijo permanecía en silencio.
—¡Oh tú, el más servicial de los hijos! —dijo el
padre—. ¿Por qué estás triste? ¿Quizás ya estás harto de hacer cada día el
mismo recorrido para traerme la comida?
—No es eso, padre mío —exclamó el muchacho—. Podría
recorrer tres veces esta distancia, con tal de que estuvieras a salvo. Pero,
estaba pensando en ese jarrón del fondo del lago. Se puede ver, pero es
imposible cogerlo. ¿Por qué?
El padre reflexionó un instante y luego preguntó:
—¿Hay algún árbol en la orilla, justo en el lugar
desde donde se puede ver el jarrón?
—Sí, padre —respondió el muchacho.
—¿Y sus ramas se reflejan en el agua? —prosiguió el
padre.
—Claro que sí —volvió a responder el joven.
—Si quisieras coger las ramas del árbol, no te
lanzarías al agua, ¿verdad?... Pues bien, sucede lo mismo con el dichoso
jarrón. En realidad, está en el árbol y lo que trataban de rescatar todos los
que se zambullían en el lago no era más que su imagen reflejada en el agua.
El muchacho se despidió de su padre, con un abrazo, y
volvió corriendo a su casa. Al día siguiente, muy temprano, se presentó en
palacio, dispuesto a intentar la prueba. Ante los sorprendidos asistentes, se
subió al árbol y, con suma facilidad, se apoderó del jarrón: estaba colgado de
tal manera que, al reflejarse, parecía estar asentado en el fondo del
agua. Transportado en hombros por la multitud, el muchacho llegó a presencia
del rey, con el jarrón en la mano.
—¿Cómo supiste que el jarrón estaba en el árbol y no
en el agua? —le preguntó el rey, sorprendido.
—En realidad, no fui yo quien lo supo, sino mi padre
—respondió el joven—. Está oculto en la montaña por temor a vuestros soldados.
El rey, ensimismado en sus propios pensamientos, se
decía: «Más de cien muchachos se han lanzado de cabeza al lago, sin descubrir
el ardid. Y, en cambio, este viejo, desde la montaña, lejos de aquí, lo ha
adivinado. Tal vez sea porque las personas mayores son más sabias que las
jóvenes...» El rey ordenó anular el decreto y, desde entonces, en aquel país,
todo el mundo tuvo un profundo respeto por los hombres de cabellos blancos.
Mil años de cuentos